No recuerdo cuando fue la primera vez que estuve en Bonilla de la Sierra, ni con quien, o igual si, pero prefiero olvidar, sé que fue algo imprevisto, la idea era llegar hasta Piedrahita, cosa que no se hizo y acabamos en este bonito y atípico lugar abulense; había visto alguna foto y leído algo, pero la verdad que nunca puse intención en visitarlo. Fue una grata o muy grata sorpresa encontrar lo que hay allí, también te llevas algún berrinche cuando topas con modernas construcciones (o algo por el estilo). Desde entonces cualquier excusa es buena para ir, o bien que te visita alguien y le quieres llevar a conocer algún pueblo o simplemente por que te apetece salir. Creo que no ha habido año que no haya ido al menos una vez, si no son más; la ultima fue el 8 de enero, una fría tarde de invierno, en buena compañía.
Bonilla es un pueblo, esa es su mejor definición, un pueblo como dios manda. En un valle, al lado de un riachuelo, con muralla, castillo, iglesia- colegiata, casas blasonadas, plaza porticada y poco más. Un pueblo, como pocos. La pena es que esta un algo alejada de grandes circuitos y no hay nadie que lo haya querido explotar, sino dejaría en pañales a Pedraza, Patones o La Alberca. Eso si, necesita una puesta al día y un gran lavado de cara.
Bonilla debe su esplendor a que fue la residencia de verano de los obispos abulenses, que en esa época debían de ser la leche y no ahora que su peso especifico creo que es mas bien poco. Su castillo fue utilizado durante el estío para descansar y demás menesteres, esto hasta el XIX, cuando Mendizábal lo pone en manos privadas y lo lleva a su estado actual. La iglesia, de construcción gótica, destaca por sus contrafuertes y arbotantes que la dan una gracia singular y que os ha de gustar; la única pega es que casi nunca esta abierta, creo que solo he entrado una vez.
Las antiguas escuelas se han trasformado en centro social y puedes tomarte algo, antes no había nada.
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