Para celebrar el paso al otoño, no se me ocurrió nada mejor que marcharme de puente a Murcia, aprovechando que el 1 era martes y con un día más salían unos días muy majos para hacer un viajecillo por ahí, incluso de estos largos, casi de vacaciones. Uno de los días decidimos hacer una excursión por las Tierras altas de Murcia (que bonica eres) y para allá nos encaminamos en un 206 azulado, como un amanecer de verano, hicimos el viaje sin perdernos, que ya es un gran logro, eso si he de explicar, que en estos días de gepeeses, tontones y mapasgogle es un reto dejarse guiar por las indicaciones de las carreteras y autovías; con ansias de conocer lugares y ganas de disfrutar del tiempo que el sol nos brindaba para allá nos plantamos.
La primera parada seria Cegin, o eso era lo que yo pensaba, en los carteles se anunciaba Cehegin, y claro esta yo no pensaba que era lo mismo, y resulta que si; son cosas del acento murciano o marciano, vete tu a saber, hay cosas que se me escapan y esta fue una, claro esta, que de estar estos odias solo con personas de allí vengo con ese acento y ellos mismo lo dicen, “serán cosaa de eso lugaree”. Pues la primera parada resulto ser Mula, una grata sorpresa para mis ojos, aparcamos frente a la biblioteca pública y dimos una vuelta por el pueblo, pueblo arriba pueblo abajo, por que esta en una ladera y sudamos la camiseta hasta subir al castillo de Pedro Fajardo; el Niño de Mula, resulta que solo viene al pueblo para la fiesta, y como no era plan le fuimos a visitar a su ermita, pero como llegamos pasados de hora no nos abrió el santero, así que carretera y manta hasta la siguiente parada.
Cehegin y no Cegin, como yo oía, que pavo puedo llegar a ser a veces. Otra sorpresa, menudo casco histórico conserva el pueblo: iglesias, casa nobles, casas burguesas, casoplones, restos de muralla, las Carrel, etc. . . El día anterior había estado comiendo en casa de de uno de los descendientes de los últimos habitantes del palacio barroco de los Fajardo, todas las familias tienen una leyenda oscura; resulta que la bisabuela de Felipe se caso por amor, del bueno, puro y duro, con un albañil y su padre la desheredó (era hija única), pero claro este hombre era dado al juego y demás vicios insanos, con lo que el palacio paso a otras manos de todas las formas. Contaba, Felipe que le decían, que las pareces tenían un zócalo de oro, pero resulta que era una plancha de cobre para proteger de la humedad que amenazaba a las paredes. Tras un paseo tocaba comer y como no, lo hicimos en el Sol, pero la terraza estaba cerrada y toco en un salón. Hubiese estado bien haber ido a comer a Moratalla, donde un salamanqués de Bejar tiene un restaurante que esta dando bastante que hablar, pero ya era tarde, muy tarde.
Siguiente parada Caravaca de la Cruz. Pueblo muy interesante, pero no tanto tras haber estado en el anterior, esta bien, pero me gusto más Cehegin; casonas, iglesias, castillo y santuario que dejaban entrever un pasado mejor y muy remoto.
Me habría gustado conocer a las hermanas García del Amor y como fue su peluquería que en el luminoso deja ver que fue todo un bombazo y salón de modernidad para la zona donde iría la Seña Paca para hacerse alguna permanente y de paso hablar con las paisanas cortando algún traje a la Mª Antonia o a la Fuensanta, porque fijo que alguna se llamaba así. Trato de imaginar el Hola de Peñafiel junto a alguna otra revista tipo el BlancoyNegro en una mesita de los 70, ahora se llamaría una mesa vintage o algo por el estilo junto a esos secadores de astronauta unidos a unos sillones verdes o marrones de “escai”. Creo que en su día los productos Sofriza eran de lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior, estaban a la altura de los Redken, Montibello o L´oreal tan usados en las peluquerías de ahora.
Tras una parada técnica para tomar fuerzas continuamos buscando una cruz de Caravaca, de doble cara, algo extraño, pero como era un encargo y uno que es muy cumplidor pues buscar tocaba y en una joyería la puede encontrar, así que ya tengo un regalo.
Empezaba a anochecer, Moratalla nos recibió con una luz tenue y unas calles angostas y empinadas que invitaban a su recorrido, rápido por la hora y por que ya estábamos algo cansados, pero el pueblo da bastante de si y es un destino murciano para el fin de semana.
La primera parada seria Cegin, o eso era lo que yo pensaba, en los carteles se anunciaba Cehegin, y claro esta yo no pensaba que era lo mismo, y resulta que si; son cosas del acento murciano o marciano, vete tu a saber, hay cosas que se me escapan y esta fue una, claro esta, que de estar estos odias solo con personas de allí vengo con ese acento y ellos mismo lo dicen, “serán cosaa de eso lugaree”. Pues la primera parada resulto ser Mula, una grata sorpresa para mis ojos, aparcamos frente a la biblioteca pública y dimos una vuelta por el pueblo, pueblo arriba pueblo abajo, por que esta en una ladera y sudamos la camiseta hasta subir al castillo de Pedro Fajardo; el Niño de Mula, resulta que solo viene al pueblo para la fiesta, y como no era plan le fuimos a visitar a su ermita, pero como llegamos pasados de hora no nos abrió el santero, así que carretera y manta hasta la siguiente parada.
Cehegin y no Cegin, como yo oía, que pavo puedo llegar a ser a veces. Otra sorpresa, menudo casco histórico conserva el pueblo: iglesias, casa nobles, casas burguesas, casoplones, restos de muralla, las Carrel, etc. . . El día anterior había estado comiendo en casa de de uno de los descendientes de los últimos habitantes del palacio barroco de los Fajardo, todas las familias tienen una leyenda oscura; resulta que la bisabuela de Felipe se caso por amor, del bueno, puro y duro, con un albañil y su padre la desheredó (era hija única), pero claro este hombre era dado al juego y demás vicios insanos, con lo que el palacio paso a otras manos de todas las formas. Contaba, Felipe que le decían, que las pareces tenían un zócalo de oro, pero resulta que era una plancha de cobre para proteger de la humedad que amenazaba a las paredes. Tras un paseo tocaba comer y como no, lo hicimos en el Sol, pero la terraza estaba cerrada y toco en un salón. Hubiese estado bien haber ido a comer a Moratalla, donde un salamanqués de Bejar tiene un restaurante que esta dando bastante que hablar, pero ya era tarde, muy tarde.
Siguiente parada Caravaca de la Cruz. Pueblo muy interesante, pero no tanto tras haber estado en el anterior, esta bien, pero me gusto más Cehegin; casonas, iglesias, castillo y santuario que dejaban entrever un pasado mejor y muy remoto.
Me habría gustado conocer a las hermanas García del Amor y como fue su peluquería que en el luminoso deja ver que fue todo un bombazo y salón de modernidad para la zona donde iría la Seña Paca para hacerse alguna permanente y de paso hablar con las paisanas cortando algún traje a la Mª Antonia o a la Fuensanta, porque fijo que alguna se llamaba así. Trato de imaginar el Hola de Peñafiel junto a alguna otra revista tipo el BlancoyNegro en una mesita de los 70, ahora se llamaría una mesa vintage o algo por el estilo junto a esos secadores de astronauta unidos a unos sillones verdes o marrones de “escai”. Creo que en su día los productos Sofriza eran de lo bueno lo mejor y de lo mejor lo superior, estaban a la altura de los Redken, Montibello o L´oreal tan usados en las peluquerías de ahora.
Tras una parada técnica para tomar fuerzas continuamos buscando una cruz de Caravaca, de doble cara, algo extraño, pero como era un encargo y uno que es muy cumplidor pues buscar tocaba y en una joyería la puede encontrar, así que ya tengo un regalo.
Empezaba a anochecer, Moratalla nos recibió con una luz tenue y unas calles angostas y empinadas que invitaban a su recorrido, rápido por la hora y por que ya estábamos algo cansados, pero el pueblo da bastante de si y es un destino murciano para el fin de semana.
Tocaba vuelta y esta vez si nos perdimos para salir del pueblo y encontrar una oscura carretera secundaría que nos llevase a la general.
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