El vocabulario va cambiando, lo notamos todos. Nosotros no hablamos como nuestros padres, ni ellos como nuestros abuelos. A veces, en las reuniones familiares, nos dejamos llevar por el poder evocador de aquellas palabras que, antaño, usaba la bisabuela (como cancamusa, hebetar, metemuertos o suripanta) y que nuestros hijos ni tan solo encontrarán escritas. Ahí van unos ejemplos:
- Atocinarse, enamorarse perdidamente.
- Cancamusa, intención fingida con que se tira a deslumbrar a alguno para que no entienda el engaño que se le va a hacer.
- Conventillo, la casa de viviendas pequeñas en las que suelen habitar mujeres y hombres viciosos; prostíbulo.
- Dragomán, en el oriente dan este nombre a los que sirven de intérpretes de lenguas.
- Esleer, elegir, preferir a alguien o algo para un fin.
- Estatera, instrumento que sirve para conocer la igualdad y diferencia de los cuerpos graves; más comúnmente llámese peso o balanza.
- Filautero, el que solo cuida de sí mismo, atendiendo únicamente a su propio interés, desatendiéndose del de los demás; egoísta.
- Insumular, acusar a uno de un delito; delatarlo.
- Liento, lo que no está completamente enjuto, antes conserva alguna humedad; húmedo.
- Maganto, triste, abatido, macilento, enfermizo.
- Názora, la luz sonrosada que sigue a la del alba y precede a la salida del sol.
- Orbedad, carencia de padre o madre, o de uno y otro; orfandad.
- Peculado, en el antiguo derecho, delito que consiste en el hurto de caudales del erario, cometido por aquel a quien está confiada su administración (algo muy en boga en esto tiempos).
- Rompepoyos, persona holgazana.
- Sece, dieciséis (16).
- Udónmetro, aparato que sirve para medir la lluvia que cae en lugar y tiempo dados; pluviómetro.
- Zangolotino, muchacho que quiere o a quien se quiere hacer pasar por niño.
Sacado de ¿Cuánto sabes de palabras de antaño? Vox, 2012
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