Los Caballos del Vino, junto a Moros y Cristianos, forman las Fiestas de
Caravaca de la Cruz que se celebran en honor a la patrona de la localidad, la
Santísima y Vera Cruz de Caravaca.
Los orígenes de esta fiesta se hieden
entre la leyenda y la historia del pueblo. Estando sitiada la fortaleza
templaría de Caravaca por los moros, hacia el año 1250, los aljibes estaban
secos y los sitiados necesitando agua, un grupo de caballeros fueron capaces de
cruzar las filas árabes cargando pellejos de vino al lomo de sus caballos ya
que les fue imposible conseguir agua y volvieron al castillo con una veloz
carrera, bañando la reliquia de la cruz y dando de beber a los enfermos. Este
hecho se configurará como fiesta en el S. SVII y en el siglo siguiente
alcanzara su carácter lúdico.
La fiesta comienza de madrugada con el
lavado y engalanamiento de los caballos
con ricas y costosas ropas bordadas con hilos de plata y oro, pedrería y
canutillos, compitiendo en originalidad. El desfile comienza temprano partiendo
de la Plaza Mayor y Plaza del Arco, donde se concentra las peñas y los bandos
de Moros y Cristianos que preceden en el desfile. Cada caballo es seguido por
su Peña hasta llegar al Bañadero, donde
se conmemora con una misa la aparición de la Cruz.
A medio día los caballos van
llegando a la subida del Castillo y esperan su turno para la carrera. Cuatro mozos agarrados al caballo recorren en pocos segundos una
distancia de 80 metros hasta alcanzar la explanada del Castillo, recordando el
momento que se rompió el cerco. La carrera transcurre en menos de diez segundos,
instantes intensos y desbocados protagonizados por cuatro hombres y el caballo
que se abren paso entre una multitud de miles de personas.
Se trata de un espectáculo lleno de color y calor, en el que sólo
alcanzan el éxito aquellos que completan la carrera sin soltarse del animal y
realizando el menor tiempo entre las sesenta peñas caballistas participantes en
el festejo.
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